lunes, 23 de mayo de 2016

El crimen de "Cintasverdes" en la Córdoba de 1890

Mayo es el mes cordobés por excelencia.
Durante el mes de mayo, Córdoba, la tierra del embrujo, de noches a la luz de la luna, de piedras cinceladas por el martillo del arte, de balcones, de famosas tabernas cuyo origen se hunde en las raices de la misma ciudad, tierra de luz, color y calor, tierra del gazpacho, del salmorejo, la única que asienta sobre sus sienes un sombrero que lleva su nombre, "romana y mora" y "callada", separa su vida diaria del mundo para sumirse durante un mes completo en fiesta, flores, colorido, vino, arte y luz.
Mayo es el mes de Córdoba. La ciudad brilla durante esos 31 días con una intensidad única. Sus calles invitan a pasear cuando el Sol comienza a declinar y su amarillenta luz, aún provoca frescas sombras, anunciando que a la vuelta de la esquina, esa misma estrella abrasará esta tierra...
Mayo...cruces... patios...feria...

Las luces de la feria se pueden ver desde cualquier mirador de la sierra que de a la ciudad... la noria, las casetas, música, farolillos, tómbolas, vino, olor a azucar, que si el viento es favorable, a veces lo puedes oler desde otras partes de la ciudad y es que Córdoba es una ciudad pequeña, una joya esculpida a través de los siglos, con esmero y paciencia, con la delicadeza que sólo el viejo arcano del tiempo, posee.

Hoy quiero narraros una de esas historias que te cuentan los mayores, que la oyeron a sus padres que se la contaron a su vez sus abuelos, un historia que sucedió en feria.
La historia que os voy a contar, sucedió en Cordoba, en tiempos de feria, en mayo, a la luz del mismo Sol que hoy baña mi querida tierra, una historia cruel y despiadada que sobrecogió a los cordobeses de finales del siglo XIX.

Fue en un mayo de otro tiempo, el 27 de mayo de 1890.
Cuentan que José Cintabelde tenía en la cabeza asistir a la que fue denominada como "La corrida del siglo", en el coso de Los Tejares, hoy, ocupado por el edificio de El Corte Inglés, en ronda de Los Tejares.
Aquella jornada de tauromaquia sin parangón enfrenatría a los espadas Lagartijo, Espartero y Guerrita.
Pepillo no tenía un real y decidió acudir a pedirle fiado a un viejo amigo con el que compartió faena en un cortijo, Juan Castillo.
En la mañana del día citado anteriormente, Pepillo se levanta temprano para dirigir sus pasos hacia la finca El Jardinito.
El trayecto es largo y los caminos peligrosos, así que se echa al cinto una pistola con seis balas y su navaja.
Al llegar a la finca, se encuentra con José Bello, el guarda.
Para quitarselo pronto de encima, le pide unas naranjas y Juan accede.
Pepillo entra en la casa y entabla conversación con la esposa de Juan Castillo, Antonia Córdoba, que se encuentra en la cocina junto a sus dos hijas de seis y dos años, pidiéndole que le deje el dinero requerido para la entrada, a lo que la mujer aduce que no lo tiene y que su marido no está en casa, que vuelva mañana porque se ha marchado a la feria del ganado y volverá tarde o incluso pasará la noche en la ciudad.
Cintabelde, sin mediar palabra, saca su pistola y dispara en la cara a Antonia. Él no necesita que le den nada, sabe perféctamente dónde guarda su amigo el dinero, pues como he mencinado antes, trabajó con él durante algún tiempo.
Observa cómo entra en la cocina, atraido por el sonido del disparo, José Bello, el guarda, y acciona de nuevo el gatillo de su pistola, de la que sólo se escucha un pobre "clic".
Al ver que el arma no funcina, tira de navaja y le asesta varias puñaladas.
Se dirige a donde su amigo guarda el dinero y coge los veinticuatro duros de plata que encuentra.
Decidido a no dejar testigos, se dirige de nuevo a la cocina, donde las niñas gritan y lloran desconsaladas junto al, supuesto, cadáver de su madre, momento en el cual, atraído por los disparos, gritos y llanto de las niñas, entra en escena Rafael Balbuena, el arrendador de la finca. Cintabelde le asesta una puñalada en la boca y le descerraja un tiro en la cabeza.
Sólo quedan dos testigos: las niñas.
Se dirige hacia donde se encuentran y las deguella con su navaja, sin compasión alguna. Cintabelde abandona el lugar.

Entran en la finca unas personas a comprar naranjas y encuentran la horrible escena y se percatan de que la mujer no está muerta y que balbucea..."Cintas Verdes".
Acuden a la guardia civil y trasladan a Antonia al Hospital de Agudos, hoy en día, la Facultad de Filosofía y Letras, donde no pueden hacer nada por salvarla.
Ningún guardia del cuartel conoce a nadie cuyo apodo sea Cintas Verdes, pero uno de los que está de patrulla por la ciudad, dice que como Cintas Verdes no conoce a nadie, pero que sí sabe de un delincuente de poca monta llamado Cintabelde que vive en la calle Humosa.
Se dirigen hacia alli y entablan conversación con la mujer que les abre la puerta y registran la casa, encontrando unas ropas ensangrentadas. La mujer les dice que Pepillo ha ido a ver la corrida de toros.

Los guardias consiguen que se cierren todas las puertas de la plaza menos una y que todos los asistentes salgan por ella, siendo identificado Cintas Verdes por el guardia que lo conocía.
Cae preso y niega los hechos una y otra vez hasta que le dicen que Antonia lo identificó antes de morir, momento en el cual, se derrumba y cuanta todo con sumo detalle.

El 15 de noviembre de 1890, la Audiencia Provincial de Córdoba, lo condena a morir a garrote vil.
El día 6 de junio de 1891 a las 8:45 de la mañana, José Cintabelde, de 28 años de edad, fue ejecutado frente a la Puerta de Sevilla, pasando a ser la última ejecución pública que hubo en Córdoba.
La historia vil que acometió Cintasverdes pasó a formar parte del saber popular de la época y narrada en los romances de ciegos.
José Cintabelde


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