lunes, 12 de junio de 2017

Caballero...



Que a uno lo traten de usted, no tiene nada malo, a mí, personalmente,me es indiferente.
Pero pensad un instante, recordad aquella vez en que alguien os llamó "caballero" y no os sentó bien...¿por qué?
Llamar a alguien "caballero" es una manera muy formal de tratar a una persona, incluso, a mi modo de ver, por encima de la palabra "señor". 
En mi deambular por los diferentes comercios de mi país, lugares en los que dicha palabra se ha convertido en algo así como una especie de mantra que se repite sin cesar por todos los dependientes, me han llamado caballero muchas veces y en varias de esas ocasiones... no me ha gustado. ¿Por qué?
Os contaré el último caso:

Entré a un centro comercial que tiene un gimnasio en su interior, cuyo horario es radicalmente diferente al resto de comercios, que ya habían cerrado. Cabe destacar que accedí a dicho centro comercial por la puerta exterior que pegaba a unos cincuenta metros de la entrada del gimnasio, cuando desde lejos, escuché una voz aspera que me gritó:

-¡¡CABALLERO!! AQUÍ NO SE PUEDE ESTAR YA ¿EH?

Era el portero que se dirigía hacia mí con paso firme y decidido... cuando me quise dar cuenta, ya le había respondido  con la misma intensidad y tono que él utilizó conmigo:

- ¿CÓMO DICE, CABALLERO?

Sé lo que le hizo recapacitar... el tono que puse al decir esa palabra mágica, que bien usada, sirve para irritar al contrario sin que se pueda defender, porque en el colmo del cinismo, podemos decir que estamos siendo educados...¡¡MENTIRA!!

Lo que me irritó fue el tono de desprecio al llamarme "caballero", de tal forma, que una palabra formal pierde su sentido para transformarse en una especie de insulto encubierto, o algo así.
Si en aquella frase sustituyo "Caballero" por "Tú, gilipollas. Aquí no se puede estar ya ¿Eh?", hubiera sonado igual.
Desde entonces, he observado mucho los diferentes "caballero" que han usado para dirigirse a mí y he llegado a la misma conclusión: no es la palabra, sino la entonación lo que me indica cuándo ese "caballero" es real y cuando es en tono de reporche, desprecio o vaya usted a saber...

Decidí volver a probar y repartir ese brebaje...  lo cierto es que no tuve que esperar mucho.

En una fila única de un supermercado de ámbito nacional, no diré el nombre, por supuesto, la cajera, de no más de 24 ó 25 años, al ver que yo estaba distraído leyendo los titulares de prensa que se encontraban a mi lado, requirió mi atención con ese tono del que ya hemos hablado:

- ¡Caballero! Pase por aquí...

Pasó los pocos artículos que llevaba por caja y me dijo el total a abonar, momento en el que le pedí una bolsa con el tono más amable que pude usar:

- Señora, por favor, ¿Podría darme una bolsa?

Creo que si la hubiera insultado abiertamente, no le habría sentado peor. Me miró de arriba abajo y me dio la bolsa (añadido el precio de la misma a mi cuenta, por supuesto) arrojándola con desgana sobre el mostrador, con clara ira contenida en su mirada...
Introduje los artículos en la misma y, para agradecerle el gesto de "amabilidad" al proporcionarme dicha bolsa, me despedí de ella lo más amablemente que supe:

- Gracias, señora, es usted muy amable...
 

Así que, sin duda, esa falsa formalidad que hoy en día recorre esas cortas pero intensas conversaciones entre clientes y dependientes de los comercios, es la culpable de que os siente mal cuando os llaman "caballero" o "señora".

Os mostraré lo mismo pero a la inversa.

Recordad esa conversación entre colegas, compañeros de trabajo en tono distendido y que además nos caen estupendamente, en que se nos dice cualquier taco, poned el que queráis, cuando acabamos de soltar una burrada de campeonato.
"... pero que cabrón eres" por ejemplo.

No sólo no nos sienta mal, sino que además, refuerza el grado de complicidad entre esa persona y tú.
De nuevo la entonación marca la diferencia.


"Disculpen que les llame caballeros, pero aún no les conozco bien"
Groucho Marx 


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