domingo, 16 de agosto de 2015

Coleccionar cromos: Monstruos Diabólicos










Hubo un tiempo, sí, un tiempo que tú aún recuerdas, no hace tanto...
No hace tanto, te levantaban para ir al colegio, cogías la cartera y el bollicao y te arrastrabas sin ganas hacia aquel maldito edificio donde te robaban lo mejor de la vida: la infancia (luego descubrí con el tiempo que no me la robaban...bendita la hora en la que me obligaban a ir...).
Pues de aquel tiempo vamos a hablar ahora, no precisamente del colegio, aunque sí aparecerá como un escenario más, porque dime...¿Acaso a tí nunca te dieron cromos a la salida del colegio?

Aquel gesto de generosidad impagable que tenía quien fuera, ni nos importaba, que enviaba a una persona para que repartiera unos cuantos albumes y unos sobres de cromos por los que ponía en juego literalmente su integridad física, sería recompensado horas más tarde con la búsqueda del album en el kiosko de la esquina y las dichosas estampas... con el dinero de tus padres, por supuesto.

Estoy seguro de que todos los que teneis ya mis años, recordais aquellos fabulosos albumes de FHER, con sus SUPERHEROES, los de la liga, los cromos de los Bollicaos, con su aroma a chocolate y pringue correspondientes... a fin de cuentas, uno no era tan remilgado como es hoy, todo era más sencillo...

Los cromos no eran como los de hoy, que son pegatinas brillantes para los que a veces hay que usar gafas de sol para verlos, de tanto que brillan, sino que eran de cartón del bueno y había que pegarlos con pegamento y pringar todo el album, que crujía más y más a medida que se iba rellenando... eso eran cromos...cromos rudos, para un mundo rudo, donde si te caías jugando en la calle con los amigos, encima te daban una buena hostia tus padres por "pringao"... hoy te llevan a urgencias y te hacen diecisietemil radiografías sólo por torcerte el tobillo mientras vas al colegio, mientras se busca un culpable externo.

Pues en ese tiempo, en el que la vida era simple, en el que salías a jugar con niños de tu edad a la calle, una aberración hoy en día nada más pensarlo, para eso están las consolas y los millones de amigos virtuales... antes con una pandilla de diez o doce era suficiente, ahora el mundo entero no es bastante... Como digo... en los ochenta, en esa época maravillosa que nuestra mente se encarga día a día de idealizar más y más (y que no pare), surgían cromos para que los coleccionara hasta el canario que tenías en la jaula colgado en el balcón de tu casa. Cromos de todo tipo, para niños, para niñas de dibujos animados, de la liga, de animales, para animales... y de monstruos...
¡Ah...ya os acordais! ¿Verdad?
¿Os acordais de esa colección que se llamó...Monstruos Diabólicos?
Os voy a refrescar la memoria con el nombre de un cromo que todos teníamos mil veces repetido...EL CARROÑERO...
Naturalmente estoy siendo sarcástico, pues jamás vi ese cromo del carroñero...sí se escuchaba por entre las esquinas, como rumor que mueve el viento, que al amigo de un amigo, de un primo del vecino del quinto, le había tocado.
Gasté mi paga semanal, domingo tras domingo y el puto carroñero jamás apareció, me dio tanta rabia que cuando la colección dejó de salir, le dibujé yo uno en su lugar y luego abandoné el album a su suerte... Inteligente que era uno por aquel entonces...
 Monstruos Diabólicos venían en unos sobres de color negro con una de las figuras, no recuerdo cual, dibujada en él, a diez pesetas.
Los cromos eran de cartón, pequeños, y recortados tan toscamente que parecíera que lo hubieran hecho con cuchillas de afeitar usadas por la legión.
Lo mejor de todo y quizá la causa más probable de que hoy en día no exista apenas rastro del buscado carroñero, es que al completar el album, si lo entregabas en la tienda, te daban un pedazo de regalo: un madelman, una camiseta... menos mal que nunca llegue a terminarlo, porque hoy en día me hubiera dado contra las esquinas sólo de pensar que hubiera cambiado aquella maravilla de album con tan marcado olor pulp por semejante baratija. Desde aquí quiero enviar mi más sincero apoyo a aquel chaval, amigo de un amigo, de un primo del vecino del quinto, que lo cambió por la puñetera camiseta... debió de disfrutarla horrores cuando con el paso de los años, se enterase de que por un album completo de Monstruos Diabólicos puedes pedir lo que quieras y no es broma, si lo encuentras, porque lo más que podría un servidor permitirse es una réplica para colgarla lo más cerca posible del techo, para que ningún entendido pueda ver que no es el autentico, mientras le niegas una y mil veces que no se lo descuelgas de la pared debido a la humedad...

Pues pasó el tiempo, no recuerdo muy bien si la primera vez que aquellos queridos monstruos, mezcla de violencia e ingenuidad (una violencia de la que hoy mi sobrina de tres años se mofaría en mi cara y los usaría para adormecerse en las siestas calurosas del sur), aparececieron en torno a 1985 u 86... no sé... pero volvieron...
Y esta vez estaba dispuesto a completarla. Compré más cromos que gotas hay en el mar, abandoné, temporalmente, mi afición a coleccionar sellos, y dediqué todo mi arsenal económico a comprar sobres. El tío de la tienda y mi padre, ya se hablaban de tú y todo, pero a mí, el carroñero, no me salía...no me salía...no me salía...hasta que la colección acabó.
Esta vez el amigo del amigo del primo del vecino del quinto ni asomó la gaita, con lo cual, ningún mortal del barrio consiguió el regalito de las narices...

El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra... el cartón-album acabó de nuevo en la puta basura... todos mis esfuerzos al traste y juré no coleccionar ni una vez más cromos de ningún tipo... juramento que por supuesto rompí nada más aparecer los cromos de la liga del año siguiente... esos sí que eran fieles...esos albumes eran palabras mayores, podías pedir los que te faltaban a la editorial, no como los de los monstruos y la mágia del coleccionismo, volvía a ilusionarme...
Nunca tuve demasiada suerte con los albumes, pues tan sólo logré completar uno de coches que con el tiempo, como no y para no olvidar la tradición familiar de largarlo todo una vez terminado, acabó en la basura. Hace unos años, lo encontré por cuatro perras, el de los coches, me refiero, y lo compré más que nada por nostalgia... buena inversión, ha multiplicado su valor varias veces a día de hoy y es que se ve que esto de las estampas es algo rentable. Basta con observar los precios de los albumes de fútbol de ligas pasadas.

Pero... por qué seguimos coleccionando cromos. 
En mi ciudad, los domingos se cambian cromos en un bulevar del centro... y no son precisamente niños los que más cambian, sino adultos, con sus hijos al lado, por supuesto, pero con la misma sonrisa dibujada en su rostro de cuando te cambiaban en el colegio ese cromo que te faltaba y es que yo creo que, con lo de coleccionar cromos, lo que pasa es que es una forma de mantener vivo sin demasiado esfuerzo a ese niño que todos llevamos dentro y al que no nos resignamos a dejar crecer jamás...

Para acabar por ho yme hago una pregunta que me lleva martillenado años desde aquel entonces en la que el amigo del amigo de un primo del vecino del quinto cambió el album por una camiseta, que luego lucirían muchos por el barrio de uno de los personajes del album que era algo así como una calavera con el cráneo abierto, mostrando los sesos, y es ¿dónde acabaría esa camiseta? ¿como trapos para al polvo?

Ay Carroñero, Carroñero... eres el monstruo que más quiero...

sábado, 15 de agosto de 2015

BSO LA MÁQUINA DEL TIEMPO

 












Se suele decir que la música amansa a las fieras...
Bien es cierto que hay tipos de música para todos los gustos y dentro de lo que se refiere al cine, la música es una parte fundamental, imprescindible, porque incluso la ausencia de la misma ya es destacable, máxime, cuando nos encontramos con una partitura tan bella y evocadora de épocas pretéritas como la que nos ocupa. 
Klaus Badelt nos eleva nota a nota hasta un futuro a miles de años de nuestro punto de partida, con una banda sonora hermosa, en la que todo se dedica al deleite auditivo, con sabor a siglo XIX, pero sobre una estructura un tanto new age.
Te aseguro que si la escuchas con unos buenos cascos, tumbado en la cama y con la predisposición suficiente, casi te eleva.
Por un lado,fuerza, por otro delicadeza, forman un cocktel ideal de sensaciones auditivas como pocas bandas sonoras he tenido la oportunidad de escuchar, y os aseguro, que he escuchado muchas, pero esta tiene algo de especial.
Realmente, es capaz de amansar a esa fiera que el día a día nos hace sacar de nuestro interior, calmandola, adormeciéndola,lenta y  suavemente...
Cuando la escuché por primera vez, en un lejano cine de mis recuerdos, cerrado hoy en día al mundo real, presa como tantos otros, del sucio juego que el dinero comporta,  a todo volumen, en aquella sala enorme, con un sonido por aquel entonces, el mejor de cualquier sala de mi ciudad, se convirtió a medida que avanzaba el metraje, en una de mis cinco bandas sonoras preferidas. Para mí es perfecta, retrata el espíritu del científico que busca un viaje más allá de lo posible, en su afan de volver atrás un hecho que destroza su vida, a la perfección. Sus pasajes en ese aterrador mundo del futuro que ideara Wells, son tan bellos que si has visto la película, te traen a la mente inmensos cañones flanqueados por verdes plantas y aguas que derraman su cristalino frescor desde alturas tremendas. Suena a biblioteca, de libros enormes cuyo saber es custodiado por el polvo que sobre ellos se amontona, a artefactos imposibles, a relojes de bolsillo y a huída...huída hacia adelante, intentando escapar de lo inevitable: el destino.

ÚLTIMA CLAQUETA

Viajar en el tiempo...
De todas las imposibles historias que el cine nos aporta, viajar en el tiempo es una, sino la que más, me fascina.
Si tuviésemos una sóla oportunidad de viajar en el tiempo, con billete de vuelta, por supuesto, a dónde viajaríamos...
Lo primero que me viene a la mente es un punto de la historia que fuese transcendental para la humanidad, un punto del pasado. Podría ser, por otro lado, una período de tiempo concreto, en el que no quisieras ver un hecho puntual, sino más bien, una forma de vida de otro siglo, en mi caso, viajaría al Renacimiento.
¿Más atrás? No sé... Más adelante... la época en la que se desarrolla la película, esa también estaría bien, finales del siglo XIX.
¿Y por qué no el futuro?¿Cuántos años serían suficientes recorrer para ver cómo ha evolucionado o involucionado el ser humano? A mí, con llegar a una época en la que los viajes a través del sistema solar fueran una realidad tan cotidiana como hacer un crucero por el Mediterráneo, me bastaba.
Sí... si sólo tuviera una oportunidad de viajar en el tiempo viajaría al furturo, para ver al pasado, ya tengo los libros de historia, sin dudarlo, viajaría al futuro.
Aunque...¿ y si viajásemos a ese punto de nuestra propia historia en la que pudiésemos encontrarnos con nosotros mismos y aquellos seres queridos que ya no están entre nosotros? Poder observar desde lejos cómo nuestra madre nos lleva por primera vez al colegio, la primera vez que vimos el mar, nuestro primer beso, o volver a ver a esa persona que se marchó al "otro lado del silencio"...
Tal vez, si pudieramos elegir un sólo viaje, no nos moveríamos mucho por esa línea temporal de nuestros recuerdos.
Los años pasan, se escurren como el agua entre las manos, sin que nos demos cuenta y el ser humano, en su imaginación infinita, busca esa forma de perpetuarse más allá de su propio tiempo, para lograr doblegarlo, para creerse dios del mismo.Sólo en nuestra mente es posible semejante hazaña, pues tenemos una máquina del tiempo muy cerca de nosotros, yo diría que nosotros mismos somos una auténtica máquina del tiempo. La clave para ello, más bien la llave, de esa máquina que nos transportará a donde queramos la tenemos en la frase que pronuncia el extraño ser que habita las cavernas de los morlocks y que es la esencia misma de la película:


"Todos tenemos una máquina del tiempo... el viaje al pasado son nuestros recuerdos... y al futuro... nuestros sueños..."

viernes, 14 de agosto de 2015

El dinero tiene miedo

Director: Pedro Lazaga
Actores: Tony Leblanc, Manolo Gómez Bur, Mauricio Garcés, Jesús Puente, Antonio Ferrandis, Puri Villa, Rosanna Yanni, María Luisa Ponte, Agustín González
Género. Comedia
Duración: 97 min
Año: 1970
País: España





ARGUMENTO

Dos amigos, ricos a más no poder, caen en manos de un estafador que se dedica a vivir del dinero de incautos como ellos.
El estafador logra convencerlos de que la peseta se va a desplomar y que sus millones no valdrán nada, con lo cual, deben llevarse la pasta a Suiza...

CRÍTICA 

Partiremos de la base de que siento debilidad por este tipo de comedias españolas, tal vez, porque de niño siempre las veía por la tele y guardo de ellas un recuerdo un tanto especial.

La película nos muestra algo muy propio de la España de todos los tiempos: el pícaro, que en esta ocasión es un tío trajeado y de apariencia intachable, pero que es tan golfo y sinvergüenza como todo ladrón que se precie.
En sus redes caen un par de tipejos que si fueran una pizca más tontos, tendrían que encerrarlos, pero que son millonarios y les gusta alardear de ello.

La película es a la medida de las comedias hechas para lucimiento de Leblanc y Gómez Bur, que despliegan sus muecas y buen hacer a lo largo de todo el metraje.
Poco puedo contar, ya que es una comedia al uso, salvo que siempre me ha resultado divertida, una película de timadores con gracia y unos timados que merecen serlo.
Siempre me pregunté cómo era posible que dos indivíduos fuesen ricos con semejante grado de idiotez en el cuerpo, pero dejando la realidad a un lado y metiéndose uno de lleno en la película, resulta que es bastante entretenida, con escenas como la del aeropuerto o cuando aparece Agustín González, que es el mejor de todos los secundarios habidos y por haber, en opinión de este humilde cinéfago que os habla.
Entretenida sin pretensiones, sin demasiados altibajos, manteniendo constante la línea de interés.

LA ÚLTIMA CLAQUETA 

El dinero... nada hay más sucio. Todo el mundo lo toca, lo manosea, pasa por mil y un lugares, corrompe y es el dios absoluto de nuestros tiempos.
Da igual que sepamos que es algo sucio, todos queremos tener más. Y si uno lo piensa... sólo es papel.
Un papel dotado de poderes absolutos, un papel ante el cual el mundo y su conciencia se doblega y esclaviza.
Todo lo puede comprar el dinero, todo lo mundano, me refiero, porque hay cosas que el dinero no puede comprar y una de ellas es algo que vale mucho más que el propio dinero: tiempo.

El tiempo es mucho más valioso. Todo el mundo nace con tiempo, unos más y otros menos, pero todos lo tenemos. Cómo lo invertimos y en qué lo gastamos, es otra historia...

"...para que los suízos sigan viviendo como suízos"

jueves, 13 de agosto de 2015

El botijo

Hoy vamos a hacer un descanso, como cuando en los cines, a mitad de la proyección, se encendían las luces y podías ir a por palomitas, quicos, un refresco, o cualquier otra porquería cuyo aroma llevaba martilleando tu pituitaría durante más tiempo del que se puede soportar. Vamos a hablar de algo que no sea películas. Vamos a hablar de un simple botijo...

El botíjo, también llamado búcaro, es un artefacto que bien puede estar de moda hoy en día, atendiendo a la voluntad ecológica creciente, por fortuna, de la sociedad.
Un botijo enfría agua, pero no usa electricidad, nada más que la evaporación de la misma a través de los poros del barro.
La sensación de beber agua de un botijo es diferente, pues adquiere una temperatura agradable, no demasiado fría, como artificialmente nos da cualquier frigorífico.
No entraré en describir la historia del botijo, ni su origen, ni nada que cualquiera puede encontrar en una buena página de internet dedicada al mismo. Hablaré de mi historia con dicho artefacto.

Mi abuela me contaba que, en aquellos lejanos días de duro trabajo en el campo, cuando no había neveras portátiles ni nada que se le pareciese, usaban un botijo que colocaban bajo la sombra de un árbol y del que daban tragos para sofocar el tremendo calor del verano andaluz.

Pero yo no tengo un recuerdo de un botijo bajo un árbol, lo mío es más de ciudad.
Cuando yo era niño, había un botijo muy especial, cuya agua tenía un sabor diferente y era de un fresco distinto. Era el botijo que tenían mis tíos.

Cuando yo entraba a aquella casa, tan antígua como mi barrio, la primera imagen que recuerdo era aquel enorme botijo descansando en el alfeizar de la ventana, al paso del relente. Su tacto era de barro fresco, con un sudoroso volumen como sólo un botijo puede sudar, y su peso, para mí, en aquel entonces, excesivo.
Echaba un trago...
A duras penas lograba mantener en vilo aquel artefacto cuya agua me ponía perdido, al no poder mantener el pulso.
Los años fueron pasando y el botijo, como por arte de magia, se fue haciendo menos pesado.
Su agua era siempre igual de fresca, con su sabor anisado, lo que se conoce como una palometa " anis y agua", ataviado siempre con sus mejores galas: un sombrerillo de croché que mi tía le hacía "para que no se le colara ningún bicho", me dijo en cierta ocasión que le pregunté que por qué le ponía aquella especie de gorrito.
Su plato debajo, imprescindible para recoger el agua emanada de su interior...

Recuerdo su frescura de forma muy especial, eso era agua fresca producida de forma totalmente ecológica.
Nunca me gustó beber agua diréctamente del frigorífico, siempre la noté demasiado fría y siempre la mezclo con agua "natural".
Hace unos días, cierta conversación me recordó a aquel botijo y decidí comprar uno igual, y comprobar si el recuerdo que tenía de aquella agua tan fresca, de forma natural, era cierto, o mi mente lo había transformado hasta convertirlo en algo irreal.

No me fue muy difícil encontrar un establecimiento donde vendieran uno igualito al de mis tíos y procedí a realizar lo que se llama "cura" del botijo en cuestión, que os cuento, por si a alguno le apetece recuperar este utensilio tan nuestro y que nunca debería perderse, tanto por estética como por utilidad:

- Llenar el botijo de agua y dejarlo así un par de días.
- Tirar ese agua y volver a llenarlo, añadiendo anis, un par de copas o menos, según gustos.
- Otro par de días y tirar ese agua.
- Llenarlo de nuevo y esperar a que el agua se enfríe.

Varias cosas hay que tener en cuenta.

Lo del anis es opcional, pero por lo visto, ese ligero sabor a anis hace que el agua parezca que está más fría.
Jamás mojar el botijo por fuera, pues se estropeará.
Poner un plato debajo para recoger el agua que vaya soltando.
Colocarlo al paso del aire, para que la evaporación del agua, enfríe.

Se abre una puerta de color verde, muy vieja, con un leve quejido de visagras, un salón arropado por la suave oscuridad que le proporciona una persiana veneciana de color verde, resguarda el interior de la casa del calor que empieza a despuntar en un verano de la década de los ochenta.
El botijo, sobre el alfeizar de una ventana de color verde, calma la sed de un niño que acaba de volver de la calle, dejando su bicicleta en el patío de la casa de su tíos...
Fuera, se escuchan las voces de los hombres que frecuentan el bar de la calle de enfrente, en cuya barra, descansa otro botijo...


A Rogelio y Trini